Recuerdo una de mis primeras reencarnaciones
pintando escenas de caza en la Cueva de
Altamira.
En la Antigua Grecia, estuve en el Liceo de
Aristóteles,
donde aprendí que para discutir hay que
hacerlo caminando.
Cuando viví en Israel acompañaba a Jesús
cuando predicaba
a los cuatro vientos y fui testigo cuando
resucitó a Lázaro.
También en el oriente fui un entusiasta discípulo
de Buda
y sigo meditando desde aquella época.
Todavía recuerdo que en la Edad Media sufrí
los castigos
de la Santa Inquisición por rebelarme a la
verdad divina.
Luego trabajé en el taller de Leonardo da
Vinci
y formé parte del equipo que proyectó el
primer submarino.
Yo acompañé a El Quijote en sus fabulosas andanzas
y me encantó cuando peleábamos contra los
molinos de viento.
Durante la primera guerra tuve amoríos con
Mata Hari
y lloré su trágica muerte acusada injustamente
de espionaje.
Finalmente asistí a los cursos de física de
Einstein
y desde entonces asumí que todo es relativo en
la vida.
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