Coloco una vieja fotografía con un sombrero
negro
que luego me obligan a cambiar por una clásica
de frente y perfil.
Anoto el día, el mes y el año exacto de mi
nacimiento
que por extraña razón no coincide con el
certificado de bautismo.
Escribo la dirección de mi hogar de la
infancia.
Sostengo que no hice el servicio militar
obligatorio.
Sobre mi estado civil incluyo una foto de mi
amada en la playa
con una sencilla dedicatoria que alude a la
belleza de una sirena.
Declaro que desde los 15 sufro de soplo al
corazón
y que uso bastón cuando el camino se pone muy pedregoso.
Hago una completa relación de mis travesías
por el viejo mundo.
Adjunto mi pasaporte con todos sus timbres y
sellos
y un álbum con típicas imágenes ciudadanas.
Dejo de lado las que me puedan incriminar en una
eventual trata de blancas.
Hago una orgullosa mención de mis hijos y de
mis nietos.
Adjunto un falso diploma o más bien un título
de ficción:
“Experto en cartas de amor para corazones
tristes”.
Incluyo un par de poemas para darle mayor
consistencia.
Omito un ocasional trabajo de bailarín en una
boite porteña.
Menciono que hablo diversos idiomas que ya no
existen.
Coloco una medalla que me otorgaron de premio
de consuelo
en un concurso de poesía en Isla Negra.
Adjunto una carta de referencia de mi mejor
enemigo.
Y declaro que soy anarquista pero de la
corriente pacifista,
definición que a la gente normal le parece
contradictoria.
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